Se la usó desde la antigüedad para variadas aplicaciones. Los sumerios si bien lo apreciaron para remediar dolencias, sobre todo en las piernas y como colorante de sus prendas, advirtieron sobre los riesgos de su uso excesivo.
Los persas lo usaban, además de como condimento, para teñir sus alfombras, lo tomaban en infusión para calmar los nervios y lo transportaban en bolsitas para conseguir el amor de la persona anhelada, pues se consideraba un afrodisíaco.
Los egipcios perfumaban con azafrán sus pelucas, teñían con él sus ropas o lo usaban como remedio para diversos males como el cansancio visual o las cataratas, o para problemas urinarios. Las mujeres cretenses lo usaban como cosmético, para pintarse labios y pómulos, y blanquear la piel.
Con la caída del Impero Romano se usó mucho menos, pero se acrecentó con la expansión del Islam, siendo en España el ingrediente indispensable de las paellas. En la India, sus arroces y dulces lo reclaman entre sus componentes, y forma parte de la medicina ayurvédica.
Entre sus propiedades, actualmente se le reconocen las de favorecer la digestión, regular la menstruación y reducir el colesterol.
En el arte culinario, como condimento, se lo usa separando las hebras, triturándolo y luego disolviéndolo en agua, para luego agregarlo a las comidas, sobre todo al arroz.
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